"Malditos" e Inocentes
No todos los combatientes en la guerra de la Triple Alianza perecieron en el campo del honor, ni todos los condenados y ejecutados por traición a la patria, fueron culpables de este delito. Algunos de ellos sólo pagaron la falta de previsión y las decisiones apresuradas, o por haber sufrido derrotas aunque ellas fueran en condiciones sumamente adversas, tanto por la superioridad numérica del enemigo como la falta de armamento adecuado de la que adolecían los nuestros, desde los inicios. Además desde luego, de la propia impericia de algunos de los condenados.
El Caso Robles
"Es conveniente ...que retroceda Vd., con toda la fuerza de su mando", ordenaba el Mariscal López al General Wenceslao Robles mediante una nota fechada el 26 de mayo de 1865 y enviado con un chasque hasta Goya, ciudad argentina localizada a 170 kilómetros al sur de Corrientes (entiéndase bien: a caballo y después cruzar el río Paraná y otros de sus tributarios). De paso, este fue uno de los errores de López ni bien comenzada la guerra: dirigirla “a distancia” y con serios problemas de comunicación. Sumado al hecho que sus hombres estaban inhibidos de tomar ninguna iniciativa sin su conocimiento, y entre una orden que salía de Humaitá y la respuesta correspondiente desde el frente, las acciones podían tomar otro rumbo.
Robles ya había acumulado una larga lista de órdenes incumplidas y decisiones reprobadas por el Mariscal, cuando éste enviaba al mismo Ministro de Guerra y Marina, general Vicente Barrios, para destituirlo. Sucedió el 23 de julio y lo demás fue puro trámite. Integrado en Paso de Patria un Tribunal para juzgar al oficial de mayor antigüedad del ejército, Robles fue sentenciado a muerte y fusilado el 8 de enero de 1866.
"Saturno comenzaba a devorar a sus hijos"
La expresión fue utilizada por el historiador argentino Ramón J. Cárcano cuando fueran conocidos estos hechos. Al mismo tiempo que Robles, el Sargento Mayor José de la Cruz Martínez, su asistente, compartía la suerte de su Jefe y era igualmente fusilado en la fecha citada.
El perverso criterio de inculpar inocentes como escarmiento, comenzaba a introducir la incertidumbre en el ejército paraguayo. En aquel día, también fueron pasados por las armas, el capitán Juan Francisco Valiente, el alférez Manuel Gauna y el soldado José Villalba.
Albertano Zayas muere en Curupayty, sin galones
El que fuera prestigioso Sargento Mayor, fue degradado tras el desbande del Batallón Nº 10 en la batalla de Curuzú, el 3 de setiembre de 1866. Aunque el desastre se produjo cuando el ejército aliado apareció por la retaguardia tras vadear la laguna Piris con la orientación de un baqueano paraguayo, López resolvió castigar severamente al contingente y sus jefes: el coronel Manuel Antonio Cala'á Giménez y el citado Zayas, quienes fueron privados de sus grados y galones. Otros oficiales serían fusilados por sorteo, uno de cada cinco. Los salvados fueron igualmente degradados hasta la clase de tropa. Los soldados formaron frente al resto de sus compañeros y numerados; los que correspondiera un múltiplo de 10, eran sacados de la formación y fusilados en el acto—literalmente decimados. Los demás fueron distribuidos en el resto de los batallones, desapareciendo de entre éstos, el número 10.
Si bien Cala’á Giménez sería más tarde repuesto en el rango, durante el ataque a Curupa’yty del 22 de setiembre de 1866, Albertano fue colocado en una de las posiciones más expuestas al cañoneo de los acorazados y en consecuencia, fue uno de los pocos muertos paraguayos durante el ataque.
Los condenados en San Fernando
Tras el cruce de la línea defensiva de Humaitá por parte de la Armada Imperial y perdidos los contactos con el frente por el corte de las líneas del telégrafo, en Asunción se realizaron algunas reuniones fuera del conocimiento de López. Cuando repuestos los contactos telegráficos, dichas reuniones sonaron en el frente como un complot y tendrían derivaciones fatales hasta el final de la guerra, empezando por las siguientes:
El 10 de abril fue decretada la prisión de Benigno López y del Tesorero General de la Nación, Saturnino Bedoya, hermano y cuñado respectivamente del Marisca. Bedoya fallecería el 17 de mayo siguiente debido a un ataque de disentería.
El 29 de julio era detenido el general Vicente Barrios, también cuñado del Presidente perdiendo al mismo tiempo su cargo de Ministro de Guerra.
El 2 de agosto, el Mariscal creaba un Consejo de Guerra integrado por los coroneles Felipe Toledo, Francisco Fidel Valiente, José María Delgado y el sargento mayor Antonio Barrios, bajo la presidencia del primero de los nombrados.
El 1º de diciembre, ya en Potrero Mármol, los sacerdotes Fidel Maíz y Justo Román firmaban el libelo acusatorio contra el sacerdote Manuel Antonio Palacios, Obispo de Asunción. Lo encontraron culpable y condenado a muerte, sin que mereciera disculpa por título ni razón alguna.
El 17 de diciembre, el mismo Consejo de Guerra confirmaba la sentencia del los ya citados Benigno López y Barrios. Además, la del deán de la Catedral Eugenio Bogado, del ex ministro de Relaciones Exteriores José Berges y la del coronel Paulino Além.
El 21 de diciembre, pocos minutos antes de iniciarse la batalla de Lomas Valentinas, fueron fusilados todos los nombrados junto a otras personas, paraguayos y extranjeros, varones y mujeres.
Muertes en la “diagonal de sangre”
El Coronel Hilario Marcó, herido en la batalla del 24 de mayo de 1866 en Tujuti, integró más tarde el Consejo de Guerra en San Fernando. Pero un año más tarde, Marcó pasó de Juez a condenado, debido a que otra conspiración denunciada en San Isidro de Kuruguaty. Junto a su esposa, Bernarda Barrios de Marcó, Pancha Garmendia y otras personas, Marcó fue lanceado en el campamento de Arroyo Guasu, el 11 de diciembre de 1869.
José Vicente Mongelós, con 16 años, se presentó al campamento de Cerro León en 1863. Oriundo de Ca’apucu, ”de aspecto sajón, delgado, elegante, de ojos azules y cabellos dorados, pulcro en el vestir", se convertiría en el oficial "mas hermoso del ejército paraguayo", en su protagonista mas romántico y al mismo tiempo trágico, según las crónicas de la época. Con 18 años cumplidos, marchó a Corrientes con el grado de alférez. Peleó en Estero Bellaco como ayudante del general Díaz y aunque herido en la batalla, Mongelós se alistó para el enfrentamiento en Tujuti, 22 días después. Estuvo más tarde en Jataity Kora, Potrero del Sauce, en la defensa de Humaitá y la segunda batalla de Tujuti, el 3 de noviembre de 1867.
Ya con galones de capitán, y como ayudante del Mariscal, combatió en Ytororö y Avay. Reorganizado el ejército en Azcurra, Mongelós fue designado comandante de una División de Caballería, el 10 de enero de 1869. A partir de entonces, estuvo en casi todas las escaramuzas durante la penosa marcha hacia Cerro Kora. En el campamento de San Estanislao, cuando López distribuyó méritos y ascensos, recibió las preseas de Coronel con 21 años, constituyéndose en el más joven coronel del ejército.
Pero, sorprendentemente, cinco días después, José Vicente fue condenado a muerte. ¿El motivo? Durante la breve estancia de Santaní, se delató una nueva conspiración contra el Mariscal. El alférez Aquino, efectivo del Regimiento Akä Vera comandado por Mongelós, fue acusado de haber recibido la misión de matar al presidente.
"Usted”, increpó López al joven coronel llamado a su presencial, “en vez de ocuparse de su Cuerpo, anda metido siempre en amores y desatiende sus obligaciones. Usted debía haber sabido lo que estaba pasando porque yo descansaba en usted, en su lealtad, en su valor".No había más que decir. Aunque inocente, como lo reconocía el mismo López, iba a ser fusilado por su negligencia y descuido. Con calma y mirándole de frente—de acuerdo a expresiones de un testigo presencial—Mongelós replicó: "¿Porqué me mata, Mariscal? No es el morir lo que siento, sino lo injusto de la sentencia. Soy joven aún; he prestado ya muchos servicios a nuestra Patria y todavía puedo prestarle mucho más. Está usted rodeado de enemigos; y si me lo permite iré a estrellarme contra ellos con mi Regimiento para morir combatiendo por mi Patria y mi Gobierno".
Sin embargo, estaba todo dicho. Fue despojado de su espada y galones para ser conducido al patio del cuartel. El mismo López, montado en su caballo bayo, dirigió la orden de fuego. Era el 29 de agosto de 1869. Aunque veterano de cien batallas, el coronel José Vicente Mongelós Vasconsellos no llegó a cumplir 22 años.