¿Puede Suicidarse un País? (Primera Parte)
Ante el editorial de ABC del 21 de abril del 2019, apresuro el envío de este escrito.
No lo había hecho antes, porque es la primera parte de una larga reflexión (voy en la tercera en este momento) aunque tal vez sean reiteraciones de otras anteriores porque—creo—seguimos insistiendo en declamaciones, exhortaciones, ruegos, apelaciones a la consciencia, cuando todos sabemos que el origen (o la continuación) de nuestras desgracias está en el sistema con el que elegimos a nuestras autoridades—en otras palabras, a los gerentes de nuestra gran empresa.
Pues de tanto hablar de las ventajas de la empresa privada frente al Estado, se impone la siguiente pregunta:
¿Persistirían las empresas con un Gerente o un Directorio que los llevó a la ruina?
¿O si en crisis las empresas—como hace tiempo se encuentra nuestro país—se seguiría con las mismas políticas, con los mismos protocoles de trabajo?
¿Seguiríamos—como si nada hubiera pasado—después de comprobar que algunos ejecutivos robaban a la empresa, como sucede permanentemente con el Estado?
Si se sabe que nuestro sistema para “elegir Gerentes” no permite elegir a buenos ejecutivos para “dirigir la empresa”, ¿cómo es que sigue admitiéndose que el estado nacional, la empresa de todos los paraguayos, siga teniendo el rumbo de colisión que lleva desde hace décadas?
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¿Puede suicidarse un país? Con Venezuela tenemos un ejemplo claro y contundente de cómo hacerlo. Si Hugo Chávez y Nicolás Maduro consumaron el desmadre, ellos no fueron sino la consecuencia de democracias frágiles y vulnerables, de una dirigencia partidaria contaminada con la corrupción, sin capacidad autocrítica ni apego a la ley. Y si al explosivo cóctel venezolano le agregamos la indiferencia de ciudadanos cautivos de una sociedad consumista y frívola; de aparatos judiciales que se omiten de juzgar y castigar la inconducta de los gobernantes; o de Contralorías que ni siquiera se plantean depurar el sistema de sus vicios más persistentes, entonces tenemos el combo perfecto para continuar con la ola de “suicidios democráticos”.
No se trata de que las naciones pierdan la vida como puede hacerlo un ser humano, sino que sus autoridades las lleven a una existencia absolutamente indigna e incompatible con la convivencia.
Existen muchos gobiernos que llevan el mismo rumbo de colisión de la Venezuela Chavista pero al parecer, la prioridad de los que están en la cabina de mando, sólo se remite a prever las escalas electorales. No les preocupa el eterno estado de déficit, las reiteradas emergencias declaradas, o la corrupción en sus filas; tampoco, los coletazos del hambre, la desocupación, la falta de servicios o de atención médica que acosan a sus pueblos. Y aún si llegaran a percatarse de esos males, los excusarán con vaguedades semánticas o estadísticas porque saben que ellos deciden lo que haya que cambiar y cuándo y que con el actual sistema, más importante que la confrontación de ideas o propuestas, es el guiño cómplice del mercado, o peor: del Fondo Monetario Internacional. Que lo diga Macri, aquí cerquita.
Otro modelo del rumbo mencionado, nos regala el continente africano. Allí, el “sistema democrático” permitió seguir con el despotismo de siglos gracias a la comprensión de las potencias. Y de los mercados. Los líderes africanos democratizaron sus dictaduras y organizan elecciones periódicas para que presidentes de países como Guinea Ecuatorial, Angola, Camerún, Uganda y Zimbabue, se eternicen en el poder—están allí desde hace 30 y 37 años. Los de Sudán*, Chad, Eritrea y Ruanda, superan los 20 años gracias a sus “elecciones libres y periódicas”, como los anteriores. ¿Cómo lo consiguieron? Pues como se ha hecho por aquí cerca y se pretende hacer aquí mismo: cambiando la Constitución para perpetuarse en el poder democráticamente.
El periodista Bru Rovira, especialista en política africana, nos dice que si en otro tiempo “Los dos bloques enfrentados en la Guerra Fría … coincidieron en la necesidad de tener aliados fuertes en el Tercer Mundo, aunque fuera en perjuicio de la población”, en la actualidad ni siquiera se necesita que esos aliados defiendan las mismas posiciones ideológicas porque algunos países han pasado “del comunismo al capitalismo más salvaje sin siquiera cambiar de presidente”. Semejante “versatilidad ideológica” en la Angola de José Eduardo Dos Santos, se hizo posible gracias a “la lucha de los mercados” por el tentador y rentable negocio del petróleo.
Continúa Rovira: Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial, triunfó en las últimas elecciones con el 99,2% de los votos. Robert Mugabe, presidente se Zimbabue, con 29 años en el gobierno, anunció frente a la asamblea de la Unión Africana en enero pasado, que estará en el cargo “hasta que Dios me diga: ¡ven!”. Probablemente Dios no lo quiera junto a él, o ya le hizo el llamado y no le escuchó. El Sr. Mugabe lleva caminando más de 92 años con un pequeño detalle que—al parecer—ha garantizado su pertinaz “vocación de mando”: es Aliado de los Estados Unidos.
Conclusión: evitemos el suicidio del Paraguay, pero despertemos: nada se corregirá si no se comprende que la democracia es una proceso que requiere de un timón institucional firme y el beneficio de varios años por la buena senda, para depurarla de errores y defectos. No se trata solamente de contar con reglamentos, leyes o constituciones (todas violables con diversas “interpretaciones”), si ellas no consagran elevados preceptos morales al mismo tiempo que establecen límites precisos para evitar el acceso de los incapaces y aventureros a los más altos niveles del gobierno,
Hace 170 años, Carlos Antonio López, nos anticipó: “Cuando un individuo vivió muchos años en prisión, privado de luz y entregado a toda clase de vicios, sería desacierto sacarlo a la luz y al aire libre. Hay que prepararlo primero. Cuando un pueblo vivió mucho tiempo privado de la libertad y derechos, bajo un yugo opresor y tiránico, debe respetarse su situación pero no para dejarle consumirse en ella sino para ir preparándolo, pues sea cual fuere el sistema de gobierno que predomine en todos los pueblos, su derecho tradicional es el de regirse por si mismos”. Ya sabemos que la ignorancia castiga con el menosprecio a quienes se adelantan con la solución de problemas que los demás ni siquiera perciben.
Pero a la luz de los reiterados fracasos en nuestros intentos democráticos y de los ejemplos que cunden en el mundo y nos vaticinan lo peor, debe ponerse fin al mecanismo de “ensayo/error” implementado por la clase partidaria desde la instalación de la democracia como para terminar igualmente con sus funestas derivaciones: intercambio de favores, clientelismo partidario, ineficiencia, despilfarro de los fondos públicos, impunidad…. la suma de “virtudes” que llevaron al suicidio a otros países.
¿Cuánto tiempo tenemos nosotros? ¿Tienen nuestros dirigentes la capacidad de discernimiento, el sentido de patriotismo, de honor y coraje para salvarnos?
*Este artículo fue escrito antes del derrocamiento de Omar Al-Bashir, Presidente de Sudán, el pasado 11 de abril de 2019.