Los Negros en Paraguay

Muchos amigos han reclamado algún contrapunto (por llamarlo de alguna manera) al artículo aparecido en La Nación el domingo 19 de mayo en relación al componente de origen africano de nuestra sociedad en tiempos de la independencia nacional.

Sin ánimo de refutar nada pero, en el intento de aportar datos contrastantes a las aseveraciones de la compatriota entrevistada, la historiadora Ana María Barreto Valinotti, me permito las siguientes acotaciones:

1. Empecemos por el titular de la página: “Asunción tuvo casi el 50% de población negra antes de la Independencia”.

  • Un censo realizado por el Gobernador Pedro Melo de Portugal (1778 - 1787) arrojó los siguientes datos: 52.496 españoles y criollos y 10.510 pardos (afros y descendientes o el 20% de la población).

  • Otro censo realizado diez años mas tarde, por el Gobernador Lázaro de Ribera y Espinoza (1796 - 1806) determinó que éramos 97.480 habitantes para toda la provincia del Paraguay, población distribuida en 58 parroquias de blancos y mestizos; 14 reducciones de indios y tres pueblos de mulatos libres.

  • Un dato de más de 100 años atrás, aunque muy conocido, corresponde al año de 1682, cuando de una población de 38.666 habitantes, 1.134 eran negros y mulatos, los que constituían cerca del 3% de la población de toda la provincia. Del mismo censo se obtuvo que en la capital, cerca del 12 % de la población “eran esclavos de ambos sexos”.

Tanto las estadísticas de entonces, como los distintos mecanismos para introducción o tenencia de esclavos, arrojaban datos variados y variables. Puede decirse sin embargo, que “antes de la Independencia”, estábamos lejos del “casi 50 % de negros en la población de Asunción”, como nos ilustra la historiadora.

Los datos que menciono se encuentran en varios libros (algunos se detallan más abajo). Los del censo de los gobernadores, fueron tomados de “Historia de mi ciudad”, de Carlos Zubizarreta (1964. Asunción: Edit. Emasa. pp. 216 y 223).

2. ¿Sólo Asunción?

Debe notarse que los censos mencionados pretendían referir datos de la población existente en toda la provincia, porque no sólo en la capital sino que también en el interior, las comunidades religiosas (especialmente Jesuitas) contaban con muchos negros para los trabajos en las estancias, especialmente.

También así, los pueblos de Tavapy, Paraguarí, Emboscada, Areguá y Concepción (ésta, por los negros fugados de Tevegó) contaban con una población constituida en su gran mayoría por afro descendientes.

La doctora Ana María Argüello, realizó su tesis doctoral sobre el tema. Dicho trabajo fue publicado en un libro llamado “El rol de los esclavos negros en el Paraguay”, mencionándose en el mismo que los porcentajes de la población negra, tanto en Asunción como en el resto de la provincia, no superaron el 12%.

Ignacio Telesca, otro estudioso del tema, habla de porcentajes mayores aunque inferiores al 50%.

El historiador norteamericano Jerry Cooney, especialista en temas históricos del Paraguay, ha publicado datos sobre los afro descendientes en nuestro país [ensayo en Martínez, L.M. (1995) Presencia africana en Sudamérica. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México], aunque dichos datos están lejos del “casi 50%” que motiva este comentario.

3. ¿Cómo no se habla de los afro descendientes?

Porque fueron omitidos de la consideración de la mayoría de los historiadores. Justo Prieto llega a afirmar que “a diferencia de (…) la mayoría de los países americanos, de la población paraguaya debe excluirse casi por completo el negro. La distancia del estuario del Plata mantuvo alejado a esta raza de Asunción, y al indígena y al español apartados de la mezcla con la raza africana” [Prieto, J. (1951). Paraguay, la provincia gigante de las Indias. Análisis espectral de una pequeña nación mediterránea. Buenos Aires: El Ateneo, p.51.].

Lo mismo afirma el citado Cooney en su escrito aludido, acerca de la tenaz omisión de los historiadores paraguayos para reconocer esa presencia africana en nuestro país.

4. Josefina Pla “desapercibida”?.

Sobre el libro de Josefina Pla, “Hermano Negro, la esclavitud en el Paraguay” (1972. Madrid: Editora Paraninfo) vale la pena hacer otras acotaciones, debido a que la Señora Barreto Valinotti declaró que esta publicación había pasado “desapercibida”.

Para comenzar, no creo que nada que haya hecho la Señora Josefina Pla, pasara desapercibida en nuestro país. Pero solemos ser testigos (oyentes y videntes) de afirmaciones de este tipo—hemos escuchado a otros historiadores e inclusive a un ex Presidente de la Academia de la Historia (ya lamentablemente fallecido) calificar a ciertos hechos como "poco conocidos” o de publicaciones “desapercibidas” porque simplemente ellos no los conocían o en el caso de los libros, NO LOS HABÍAN LEIDO.

El mismo que suscribe estas líneas había escrito en Historia Secretas del Paraguay, Vol. II (2014. Asunción: ABC Color), cuanto sigue: “Esta presencia (la de los negros en los tiempos mencionados) no pudo entonces pasar desapercibida. De hecho fue tendenciosamente minimizada—cuando no tenazmente ignorada—por algunos de nuestros autores de textos escolares de historia”.

Y hablando de lo “minimizado” o voluntariamente ignorado, agrego algunos títulos aparecidos también en Historias Secretas:

  • Los negros del Paraguay

  • Pueblos de negros y mulatos

  • Los negros que somos

  • ¿Dónde se han ido todos los negros?

  • ¡Gomba!

  • Negros por la patria: el Batallón Nambi’i (durante la guerra de la Triple Alianza)

  • Sonidos que llegaron desde el África

  • Los negros de Artigas

  • En un barrio de Asunción

Estos escritos son además de la ponencia que realicé en un encuentro de historiadores en París, sobre las dos guerras del Paraguay: “La presencia de los negros, libres y esclavos, en la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza”.

5. ¿Padres de la Patria?

“Hasta 1894, el Paraguay no tenía próceres”, asegura la entrevistada. Ahí es cuando se nota la falta de lo que se conoce como "lectura de contexto”. Para “hacer historia”, la mirada debe exceder el reducido territorio en el que acontecieron los hechos, no sólo centrarse en un dato de archivo, en los de un protagonista o el acontecimiento del que formó parte. Porque en el caso de la Independencia de América, no puede ignorarse que en ese tiempo había unos 17 millones de desarraigados en todo el continente, frente a los 30 o 40 mil españoles peninsulares. Datos de John Lynch, historiador británico y autor del libro “Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826” (7ma Edición. 1996. Barcelona: Ariel Historia), el cual es indispensable para conocer los hechos de la independencia en todo el continente y para comprender, sobre todo, que tras demoler los muros de antiguos despotismos feudales, no había modelos que seguir.]

A propósito, también escribí en otro libro “desapercibido”, Cuadernos del Bicentenario (2014. Asunción: Edit. ABC Color. Cap. III), lo siguiente:

“ ….Se derrumbaba un imperio de siglos de vigencia. El que había acumulado un poderío económico y militar que le convirtiera en potencia mundial en gran parte de la historia moderna. No habría sido tarea fácil encontrar mecanismos -que la simple declaración de independencia- para suplir semejante entidad imperial cuando ella faltara. O administrar la rebelión americana en medio de las carencias que caracterizaban a aquel vasto territorio y con una falta absoluta de referencias institucionales con las que apuntalar los nuevos estados. Y aun menos, en medio de tantas ambiciones e intereses contrapuestos. Considerando que esta desorientación -para llamarlo de alguna manera-  eran también el producto de la ignorancia generalizada del pueblo; y de algunos líderes que sólo vieron en aquellas luchas la oportunidad para ejercer los mismos atributos y vicios que el poder recientemente depuesto (…) Parecía inevitable entonces que las revoluciones armadas en procura de la emancipación, siguieran el camino de la anarquía. Fue la ocasión en que algunos de los líderes sacaran a relucir el talento, la capacidad y sentido de la responsabilidad que los diferenciaba del resto. Y los encumbraría a la calidad de próceres, patriotas o libertadores. Con justo derecho.

Simón Bolívar -de impecable formación académica- definía por ejemplo al tirano como a alguien "que se pone en lugar del pueblo”, para concluir, tajante, que 'las elecciones populares ponen el gobierno en manos de ineptos e ignorantes’.

Frente a las inquinas y dispersión en las que se ahogaban los esfuerzos libertarios, José de San Martín, nombrado Protector del Perú 'con supremos poderes, militares y civiles', se había convencido de la necesidad de un “gobierno fuerte” para superar la anarquía en la que había caído la revolución. Y para superar la situación, llegó a proponer una monarquía para el Perú recientemente libre. En tanto Bolívar, consciente que 'la sociedad no puede ser cambiada por un simple decreto' también pregonaba la necesidad de gobiernos fuertes para imponer las reformas que los nuevos países reclamaban para “ser felices”. A propósito, expresaba: 'Estoy penetrado hasta dentro de mis huesos que solamente un hábil despotismo puede regir a la América (…) Nosotros somos el compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a América a derramarle su sangre y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos europeos de estos enlaces con los frutos de esos arrancado arrancados del África. Con tales mezclas físicas, con tales elementos morales, ¿cómo se pueden fundar leyes sobre los héroes y principios sobre los hombres?'. Y es que en la mayoría de los casos, el liderazgo mas esclarecido estuvo a cargo de quienes habían accedido (como se explica en el 1er, Capítulo), a la lectura, el conocimiento y colectado informaciones de valor estratégico y favorables para el proyecto de independencia. Conocimientos o datos tal vez desconocidos para el común de los mortales, pero en los que se fundaba un liderazgo útil, aleccionador y pedagógico. Sin esa sustentación los hombres no llegan a la dimensión de una rebeldía liberadora. Se convertirán tal vez en anárquicos alborotadores pero en revolucionarios, ¡jamás!. Y aun ocasionalmente triunfantes, no podrían sostener su lucha ni organizar las instituciones que requiere una verdadera revolución (…) Aunque no siempre la acción de aquellos próceres, sirviera para cristalizar mejores gobiernos. Faltaría en la composición, la comprensión de todos los fenómenos que enfrentaban y combatieran especialmente, tan tenazmente como pudieran, la capacidad auto destructiva que se  incuban en las revoluciones. A las fuerzas -casi siempre ocultas-que siempre impiden, retardan o frustran los grandes proyectos de gobierno.

Nos consolamos entonces -en la mayoría de las veces- en el reconocimiento a los grandes hombres, a los 'padres de la patria', a los próceres. Quemamos inciensos y elevamos preces en su memoria. Alguna vez tendríamos que pensar también en seguir su ejemplo y concretar los sueños que albergaron. Alguna vez, los americanos al sur de Norteamérica, tendríamos que ser felices”.

6. Otra expresión de nuestra historiadora que—obligatoriamente—requiere un comentario.

“Si esta conversación hubiera tenido lugar hace cien años, no estaríamos hablando de Mayo. Estaríamos hablando del 25 de Noviembre, que era la fecha cívica más importante que el Paraguay tenía” afirma nuestra historiadora.

Y continúa: “Es decir, que mayo o noviembre son construcciones discursivas que hicieron todos los Estados desde el siglo XIX, cuando se conforman las repúblicas, sobre todo en Hispanoamérica. Entonces, se hace la construcción de delimitar un perfil, de asignar una fecha a nuestras festividades. Aparecen las banderas, los escudos, las 'Casas de la Independencia' de donde salieron los próceres”.

Como explicaba en párrafos anteriores, TODA LA HISTORIA es una permanente construcción—en la aportación de nuevos datos, con el estudio de nuevas evidencias, rescatando todos los documentos y archivos dispersos (algunos en manos de sociedades y estados extranjeros), PERO FUNDAMENTALMENTE, dejando de difundir falsedades, novelas, datos inciertos o fábulas y evitando la personalización falaz de los hechos de nuestra historia. O su “ideologización”.

Paraguay SÍ TENÍA PRÓCERES. Los tenía y los tuvo hasta la Guerra de la Triple Alianza. Vinieron otros después pero no del compromiso, coraje y sentido del honor y del deber como los que tuvimos antes. No le dieron tiempo a nuestro país a terminar de conformarse. Sus gobiernos no tuvieron tiempo de honrar a quienes debían. La permanente hostilización de que fue objeto por parte de sus vecinos no dio lugar a nada más que el permanente estado de alerta en nuestras fronteras. Y tampoco le dieron tiempo aquellos compatriotas que confundieron—y confunden—las historias nacionales con las historias (y padecimientos, es cierto) de sus respectivas familias.

7. Pero lo que más duele es pretender la consagración del 25 de Noviembre de 1870 (firma de la Constitución), como la fecha cívica más importante del Paraguay.

¿¡¡Por qué!!? ¿No se enteraron que el Paraguay había sido destruido hasta sus cimientos? ¿No saben que el país estaba ocupado y permanentemente saqueado? Lo fue desde el 5 de enero de 1869 hasta la última semana de julio de 1877.

¿No saben que teníamos un gobierno títere que fue obligado a firmar tratados de límites con los invasores, teniendo sus espadas pendiendo sobre las cabezas de los gobernantes paraguayos de entonces? ¿Y que bajo esas condiciones fue firmada la Constitución del ‘70, la que se firmó el 25 de noviembre, la fecha que la Señora Barreto Valinotti considera “el HECHO CIVIL MÁS IMPORTANTE DE NUESTRA REPÚBLICA”?

Pero… ¿en dónde estamos?