Visiones Equivocadas
Artículo publicado en ABC Color el 5 de mayo del 2010.
Un diplomático compatriota me envió el texto impreso de una puesta de teatro presentada en Londres, París y Sidney. La obra, Visions, es del autor australiano Louis Nowra y se centraba en la relación entre el entonces general Francisco Solano López y la irlandesa Elisa Lynch.
El diplomático amigo, molesto con la puesta me pidió escribiera sobre la misma. Es probable que la evolución de los actores en el escenario nos brinde otras emociones, pero el guión de la obra, me sugirió las siguientes reflexiones:
Para comenzar, hablamos de teatro. Para decirlo más claramente, hablamos de ficción—aunque con base histórica— sobre algunos personajes del Paraguay. Nada reprochable en ello.
En el 2004, también conocimos la obra literaria de la Sra. Lily Tuck: su libro The News from Paraguay—basado casi en los mismos hechos y personajes de la puesta mencionada—permitió a la escritora norteamericana ganar el National Book Award en aquel año. Por lo que puede imaginarse los motivos que movieron al Sr. Nowra a ambientar su obra teatral en el Paraguay, en aquellos hechos y personajes. Pues tal vez fueran los mismos que Tuck mencionó como los que habían motivado la estructura argumental de su premiado libro. Ella—según lo declaró—“necesitaba temas desconocidos por el público norteamericano”, poco abordados o no abordados por otros escritores. Y por supuesto, con un cierto énfasis en los detalles escabrosos—reales o supuestos—de la relación López/Lynch, los que de acuerdo a su criterio, “motivarían el interés del lector medio norteamericano”.
Tuck confesó que había leído tres libros sobre la historia del Paraguay—todos de escritores extranjeros y todos ellos, aunque testigos de la época, provenientes de la amplia platea de los desafectos a López y Elisa. Tampoco reprochable. El carácter ficcional de una obra de arte, admite el hecho perfectamente. Cada quien elige sus fuentes y cada autor considerará una extensión óptima de lecturas como para legitimar sus inspiraciones literarias, siempre que no tengamos la pretensión de hacer historia científica.
Sabemos que existen obras de teatro, de literatura convencional o realizaciones cinematográficas basadas en hechos históricos. Hemos leído o asistido a decenas de ellas—sobre el Imperio Romano, Napoleón y cualquiera de las guerras mundiales del pasado siglo, hechos sobre los que el público tiene sobrados conocimientos sin que esto represente un detalle menor. Si los creadores hacen “volar la imaginación“ con recreaciones de la realidad, estas no harán que el público deje de reparar las diferencias entre verdad y fantasía, o separar convenientemente “el trigo de la cizaña”.
Y es este el verdadero motivo de este comentario—no la crítica a la propuesta teatral y mucho menos negarle a su autor los resplandores que ella tenga. Sólo que habiéndose tomado el Sr. Nowra, la molestia de escribir sobre los paraguayos, no es el caso de profundizar la ignorancia del gran público sobre ellos, ignorancia que agudiza los prejuicios y hasta llega a provocar en espíritus más débiles, un desprecio general hacia “los otros”. Es importante que el público australiano o europeo, deje de alimentar una visión simplificada o reducida (para no hablar de euro centrismo, odioso vocablo) de la civilización y de la historia, enfatizando conceptos funcionalmente útiles al menosprecio y la discriminación que sufren nuestros connacionales de toda América Latina en cualquiera de los países de Europa o americano anglosajón.
El creador literario—o cualquier otro—tiene la obligación de proveer a un espectador generalmente inculto, los contrapesos intelectuales que permitan entender la cultura en su más completa y compleja dimensión. No sólo en la de “entretenimiento”. No será su misión de artista desde luego, pero debería existir un mayor sentido del compromiso entre quienes hacen “arte” y desarrollan con la actividad un recurso de supervivencia. O en términos más prosaicos: ganan dinero con ello. Y algunos, ¡mucho dinero!.
Y si este fuera el caso, la tarea no puede parangonarse a la de un simple comerciante o empresario que por asegurar sus beneficios, simplemente se desentiende del valor de su producto, o de los “daños colaterales” que éste—eventualmente—cause.
En cuanto a nuestra historia, los paraguayos sabemos que somos hijos del genocidio, de un obligado mestizaje y de muchos déspotas, desgracias que se han encostrado en nuestras venas y matizan nuestras costumbres y hábitos sociales. Sin negar o enaltecer un oscuro pasado de brutalidades, dictaduras, esclavitud y guerras fratricidas, TAMBIÉN somos titulares de dignidad y de grandeza y pretendemos la comprensión del mundo y su corresponsabilidad en nuestro destino, dejando de lado estereotipos como “sudaca infeliz”, “paraguayo narcotraficante” o “árabe terrorista”. Porque esos son los muñones de la “cultura europea” que nos “civilizó”. Esos son los defectos que heredamos de quienes nos explotaron y esclavizaron sin educarnos, o nos impregnaron de los defectos que ellos mismos padecieron en siglos de sangre, sudor y vergüenza.
Cuando hacemos una historia que entretiene y—de paso—pretende que las sociedades más desarrolladas se separen de los defectos que ellas impregnaron a algunos de los odiosos líderes de nuestra historia, reclamamos a creadores e intelectuales de la misma procedencia, tengan presente que poco favor hacemos a la cultura, a la comprensión del mundo y el destino que será inevitablemente colectivo y compartido, si alentamos la truculencia de un público ávido en olvidar sus miserias regodeándose con las de los demás.