Escrito en Otoño: En Memoria de mi Madre

A la memoria de Doña Rufina Mosqueira de Rubiani, mi madre, quien falleció el pasado lunes, 9 de marzo de 2009, a los 96 años, siete meses y 10 días de su nacimiento.

“Escrito en otoño”. Así se titulaba un poema de Elvio Romero con el que se presentaba ante su madre para rendirle cuenta de sus actos. Y como el poeta, mis hermanos y yo queremos hoy decir a nuestra madre:

... he cumplido.
Que nunca desajusté mis pasos de esos caminos rectos como el tronco de un árbol,
que nunca estos mis labios se apartaron del agua generosa del cántaro más puro.
Que prolongué en mi sangre la verdad de tu sangre,
que custodié con alma la lámpara
que un día pusiste entre mis manos,
señalándome un norte de sencilla conducta ante la vida.

Doña Rufina, una de las tantas niñas campesinas que en los comienzos del siglo XX vinieron a la capital a tentar una vida imposible en sus pueblos de origen, hizo de su acerado sentido del deber, de la decencia y el claro compromiso por los demás, una verdadera religión.

Ella era de Costa Fleitas, Areguá y en Asunción sólo completó el segundo grado. Su esposo—mi padre, albañil, santaniano, también emigrado a la capital—alcanzó el segundo de la secundaria, pero los dos alegraron nuestra infancia con el ejemplo de una conducta intachable y las mejores lecturas que podían contarse entonces: Tolstoi, los dos Dumas, Zolá, Pérez Galdós, Isaac, entre otros varios. Cada noche, la vigorosa voz de mi madre recreaba los personajes de la novela de turno hasta que la sesión terminaba con mi padre dormido y nuestra expectativa postergada para el día siguiente. Aquellas tertulias bajo nuestro techo humilde, fueron nuestra televisión y nuestro cine.

Nunca supe cómo y de dónde mi madre conseguía aquellos libros, pero ¡cuántas cosas habrá postergado por adquirirlos!

Y fue así como de aquella casa pobre, nadie se tentó con dejar los estudios y pudimos—los seis hermanos— egresar del nivel universitario, aunque desde pequeños, todos alternáramos el estudio con el duro trabajo para que no faltara el pan en la mesa, dentro de las condiciones más decorosas posibles. A esa misma mesa también se acercaron en distintas épocas, primos, ahijados y compueblanos varios, ellos aún más carentes que nosotros, para quienes mi madre “multiplicaba los panes” además de cobijarlos con su cariño y albergarlos bajo nuestro techo.

Yo no estuve en el momento final. Antes de salir de viaje, fui hasta su lecho de enferma y aunque ya parecía inconsciente me senté junto a ella, tomé sus manos y le conté que me iba, que a mi vuelta quería encontrarla mejor. Le pedí su bendición y la promesa de esperar mi regreso. Antes de que yo llegara a mi destino sin embargo, ella se había ido para el suyo. El definitivo.

Hoy, ya otoño y “...ganado el galardón de hablarte a solas, pequeña madre mía", sé que no eras de las que dejan de honrar una promesa. En alguna parte, sé que estás ... y nos estás esperando.

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