Qué Hacer (Parte II)

(Aquí se encuentran la Parte I y Parte III)

Frente a los problemas aparentemente interminables del Paraguay, nos alentamos a la movilización y a la participación para resolverlos. Subordinando la iniciativa a la simple necesidad de una reparación, la satisfacción de una demanda o la reposición de algo que falta o falla. En medio de estas aspiraciones sin embargo, suele estar ausente el sentido del compromiso, aquello que hacemos cuando la obligación termina.

Si nos movilizamos o nos imponemos la necesidad de hacerlo, tendría que ser en beneficio del colectivo, o por motivos que exceden nuestros intereses personales o de grupo. Y tiene que estar en los planes de la movilización, poner freno a los malos. “Nadie merece ser alabado por su bondad si no tiene la fuerza de ser malo" escribió a propósito La Rochefoucauld, para sentenciar: "Sin esto, la bondad puede ser únicamente pereza o impotencia de la voluntad”.

Porque los malos también se movilizan pero en beneficio de sus cofradías o gremios y en detrimento de los intereses de la sociedad. Y los políticos y autoridades en general les prestan más atención que a nosotros, porque esa uniformidad—de mentalidad, objetivos y procedimientos—es funcionalmente útil a la mecánica electoral. Desde el punto de vista de los votos, esa "unanimidad" es mas rentable que la crítica bien intencionada pero dispersa de los buenos. Por lo que debemos reconocer igualmente, que esta distensión generalizada a la que irresponsablemente llamamos Democracia, ha promovido y recurrido a la movilización organizada de patotas; a los grafitis de fabricación industrial que, de paso, han hecho perder el encanto de lo verdaderamente espontáneo y popular; así como la organización de grupos o gremios que sin importar como se llamen, actúan fuera de todo escrúpulo para la obtención de demandas perentorias e innegociables. Convocan y obtienen prensa, con lo que se vuelven todavía mas importantes en el ámbito de los partidos, aunque apenas articulen dos frases coherentes y se expresen en idiomas bastante parecidos al guaraní o el castellano.

Una sola característica delata el carácter antidemocrático de estos grupos: negocian, presionan y chantajean por sus propias y exclusivas conveniencias y ventajas.

Si se sabe que SÓLO lo que es de beneficio público y colectivo es democrático, lo contrario es una falacia, por más que el reclamo gane la calle. Pues los totalitarios no admiten disonancias, contrastes, discusiones. Cualquier disenso en sus filas se considera una traición.

Nosotros sin embargo—"los buenos"—aceptamos la vigencia de vocablos como compatriotas, conciudadanos, prójimos, che ra'as, amigos; y sabemos que nuestro destino está indisolublemente ligado al de TODOS. En nosotros nunca está ausente el sentido de pertenencia, o el de la responsabilidad social y colectiva pues tenemos en cuenta aquel escrito de Arsenio López Decoud: "Los buenos tienen amigos, los malos solo tienen cómplices". Y los malos—como los políticos ignorantes e irresponsables—consideran que cualquier oposición a sus designios debe ser combatida con todas las armas posibles. De ahí surge lo que Umberto Eco define como "partisanismo": eliminar al enemigo. Es que en la mentalidad pervertida del malo, no existe la diversidad. Para su sentido de la "pragmática" militante, son enemigos los que piensan diferente; y a los enemigos se los elimina, se los difama o sabotea de distintas y perversas maneras.

En el caso de las patotas movilizadas llamadas gremios, ellas ni siquiera se preocupan de convencer al resto de la sociedad que sus demandas son legítimas o convenientes, para todos, porque si así fuera, toda la sociedad entera acompañaría el reclamo.

El pensamiento democrático consiste en la ilusión, el sueño y la aceptación de que somos libres... pero no somos iguales; de que, aún educados con los mismos parámetros, no pensamos—ni pensaremos—igual. Nunca. Entonces, llegada la oportunidad, en nuestras movilizaciones debería existir un código que nos recuerde lo que somos y a qué valores nos debemos; que los reclamos se hagan con respeto a quienes no piensan igual.

Marco Aurelio, emperador de Roma, escribió: “Desde que rompe el alba, hay que decirse a uno mismo: me encontraré con un indiscreto, con un ingrato, con un pérfido, con un violento …Conozco su naturaleza: es de mi raza, no por la sangre ni la familia, sino porque los dos participamos de la razón y los dos somos parcelas de la divinidad. Hemos nacido para colaborar como los pies y las manos, los ojos y los párpados, la hilera de dientes de abajo y la de arriba”.

Por lo que, inevitable e inexcusablemente, tenemos que aceptar—y convivir—con la diversidad.





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