¿Qué Hacer? (Parte III)

(Aquí se encuentran Parte I y Parte II)

Se cuenta que en la China Imperial, uno de sus déspotas decidió eliminar a todos los  gorriones porque había sido informado, eran una plaga para la agricultura. Sin embargo—le dijeron—las aves eran muy vulnerables porque después de un cierto tiempo volando, se cansaban y tenían que bajar a tierra. Entonces podían ser muertas fácilmente. Se impartió la orden y en un determinado día y a una hora precisa, los chinos empezaron una batahola infernal. Ruidos de cualquier clase con todos los instrumentos disponibles para hacer que las aves volaran. Y los gorriones volaron... y a medida que, cansados, se posaban de nuevo en tierra, eran muertos. Pero la misión de eliminarlos fracasó. Los gorriones sordos se habían salvado.

Sangre, sudor y siglos ha costado a la humanidad combatir las diferencias primero, reducirlas después, sobrellevarlas y compartirlas, ante la posibilidad de que existieran "gorriones sordos". Porque la diversidad es el distintivo de la especie humana. Y superar esas diferencias y acceder a la convivencia con un cierto sentido de justicia, fueron los sueños que marcaron la vida en el planeta desde el comienzo de los tiempos. Reconocida la igualdad, desmantelados los muros que nos encerraban o separaban, reducidas las distancias, difundido el conocimiento y en relativa comunicación los hombres de todas las regiones del mundo, teníamos la impresión que el fin del Siglo XX encontraría a la humanidad más cerca que nunca de aquellos sueños. Y en paz.

Los problemas sin embargo, persisten. Y no son sólo causados por aquellos que no escuchan sino por los que hacen ruido. Por los que medran en las desigualdades, en hacerse de ventajas indebidas sobre las carencias generalizadas, en el injusto y cruel predominio de unos sobre los otros. De tanto en tanto sin embargo, renacen en nosotros los impulsos de una humanidad solidaria y pretenciosa de progresos.

Hace poco tiempo, el pueblo paraguayo se vistió de cintas blancas para manifestar su anhelo por el retorno del señor Fidel Zavala, secuestrado por una gavilla de delincuentes. Con el final casi feliz (no pudo ser del todo feliz porque los facinerosos no fueron castigados ni se omitieron de recaudar alguna recompensa por su acción), sobrevino la buena campaña de la selección nacional de fútbol en el último mundial. Arropados con la albirroja o la enseña nacional, parecíamos todos unidos y felices.

Pero aparecieron los "gorriones sordos", los que aún con las cintas blancas o con la insignia tricolor, atropellaban a cualquiera que se pusiera enfrente de sus vehículos; estacionaban en doble fila, sobre las veredas o entraban de contramano; hacían todo lo posible para que entendamos que la solidaridad es sólo una pose, que cuando se "banderiza" el patriotismo, el sentimiento noble no es sino pura euforia propagandística o directamente alcoholizada, carente de contenidos. Igual que otras campañas de acciones positivas—ya fueran éstas "arriba la bandera" o "plantemos un árbol"—, solo gestos para el intento de construir una unidad sin principios cuando verificamos que no son castigados los que nos insultan con su desdén y su desprecio.

Este fenómeno puede observarse igualmente en la recurrente intención de la “responsabilidad social”, tanto en los mensajes publicitarios como en los hábitos de empresas e instituciones, iniciativas meramente “marketineras” que promueven hoy adhesiones generales sin que se entienda adecuadamente los alcances y obligaciones del vocablo, enviando al olvido definitivo a otro más antiguo llamado "urbanidad" que nos imponía obligaciones mutuas de respeto y consideración. Hoy ni siquiera los clubes sociales y deportivos y muchos menos los partidos políticos, castigan a sus miembros cuando pervierten los mecanismos de la relación comunitaria y los códigos de convivencia. Gremios y colectivos profesionales hay, que no denuncian ni penalizan las fechorías de los suyos, o quienes—a título de la eficacia comercial—venden lo que sea y a cualquiera sin advertir a ninguno sobre las implicancias de la compra o sobre los usos del producto. Ni hablar de quienes se omiten de otras obligaciones con ningún pretexto, como denunciar el maltrato a niños o mujeres porque “no quieren líos” o no quieren “involucrarse en problemas ajenos”; como los abogados que interfieren los procesos judiciales y hacen lo posible y lo perverso para que no haya justicia. O los médicos que, con el mismo interés, facilitan "certificados" para que violadores o asesinos se excusen de declarar en juicio. ¿Son castigados por sus cofradías? ¿Por el resto de la sociedad? NO.

La responsabilidad social significa que sin importar lo que hagamos o de cómo nos ganamos la vida, formamos parte de una comunidad con la que tenemos obligaciones. Porque si es omitido ese compromiso, si nuestra responsabilidad solidaria se excluye de nuestras obligaciones, quedamos a merced de los vándalos, de los corruptos y mediocres.  

¿Qué hacer ...entonces? Ya no estoy seguro. Pero hoy pienso que a pesar de las esperanzas en el progreso y la civilización, la humanidad está de nuevo en camino hacia la decadencia y lo que es peor, hacia la decadencia final y definitiva si es que no hacemos algo dramático, radical y de valor para la supervivencia y la conservación, no sólo de nuestra nación... sino de todo el planeta.

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