Sobre Héroes y Olvidos II

Artículo publicado en ABC Color en dos partes el 14 y 15 de marzo del 2018.

Finalizada la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza (1864-1870), los paraguayos empezamos a hostilizarnos por lo que hicimos o dejamos de hacer durante el conflicto, y con la pretensión de olvidar nuestras miserias y dolores, inauguramos entonces las discusiones sobre la figura del Mariscal Francisco Solano López—para atacarlo o defenderlo, para adjudicarle las culpas de lo ocurrido, o para elevarlo hasta los altares de la gloria. 

Aún lo hacemos, pero aquellas actitudes fueron—en su mayoría—intentos por desalojar viejas broncas o ejercer tardías lealtades. Nadie pudo percatarse en aquellos momentos que nuestras penurias no habían terminado, que el “¡Muero con mi patria!” que resonó en Cerro Corá solamente acalló el fragor de las armas para que la guerra continuase de muchas formas, hasta que cualquier vestigio de distinción que pudiera propiciar la redención del Paraguay, hubiesen terminado. 

Porque desde entonces se contaminaría su historia, se proscribiría su lengua autóctona y se pondría en entredicho todo lo que sostuviera el orgullo nacional, malherido por el resultado de la contienda. Los vencedores pensaron que exterminado el ejército de López y anulada la voluntad de resistencia del pueblo paraguayo, no se admitiría otra razón que no fuera la que ellos impusieran: “tratados” de límites, “deudas de guerra”, gobiernos “convenientes” y rapiña generalizada.

¿Fue necesario aquel baño de sangre para “civilizar al Paraguay”? Algunos apuntes hechos por Francisco Wisner de Morgenstern en 1871, cuando este coronel austro húngaro fuera comisionado por las fuerzas de ocupación para elaborar un informe de situación sobre la “civilización en los tiempos de los López”, arroja luz a la claridad: 

“Si se debe juzgar la moralidad de un pueblo por los delitos y crímenes cometidos, la del Paraguay se hallaba particularmente recomendada. Por la estadística y crímenes cometidos en toda la República, ascendieron esos, desde los años de 1844 a 1861, ó sea en 18 años, á 3.281 presos; de los cuales 1.118 fueron destinados, 39 fusilados, 59 muertos en la cárcel y sueltos 2.065 que son 1.216 convictos, que dá por año 67 reos en 1.200.000 habitantes” (sic). 

Es decir: un total de 94 muertos en 18 años o un poco más de cinco ¡por año! (*).

Mientras que en los países “civilizados”, los fusilamientos, atentados y degollamientos de decenas de miles de inocentes, civiles o militares, eran casi una rutina. A propósito, el Senador argentino Nicasio Oroño, "elaboró una estadística reveladora, demostrando que el régimen de Bartolomé Mitre había sido una calamidad nacional". Este prestigioso político de Santa Fe hizo notar que durante el gobierno de uno de los principales mentores de la Alianza "desde junio de 1862 hasta igual mes de 1868 habían ocurrido en las provincias 117 revoluciones y 91 combates con muerte de 4.728 ciudadanos” (**). 

Compárense las cifras: en 18 años, 39 fusilados en cárceles paraguayas; en seis años: 4728 muertos en las luchas intestinas argentinas, contando SÓLO los habidos durante el mandato del general Mitre, sin que éstos llegaran a los 18 años medidos en Paraguay y sin contar las víctimas que en años anteriores al gobierno del jefe aliado, se produjeron en los sangrientos enfrentamientos entre Unitarios y Federales en la todavía dispersa República Argentina. 

Pero aún a pesar de estos datos reveladores, los enconos tras la guerra harían que los paraguayos accediéramos finalmente a la civilización prometida, pues entre 1870 a 1880, los primeros 10 años de la “era constitucional” (siete y medio de los cuales se desarrollaron bajo ocupación de la Alianza), se registraron un total de 11 golpes de estado, con tres presidentes derrocados y cuatro magnicidios (asesinato de un Presidente y tres ex Presidentes), además de la destrucción de imprentas, asesinatos de periodistas y otros varios crímenes. 

En aquel campo de nadie, bajo el amparo de las instituciones pretendidamente “civilizadoras”, algunos de aquellos hombres ni siquiera se privaron de meter la mano en las faltriqueras del estado, como si no fuera suficiente desgracia la desoladora miseria de la posguerra. 

Así nació el nuevo Paraguay tras la muerte de aquel otro, en Cerro Corá, a orillas del Aquidabán, el 1º de marzo de 1870. No en otro día.


* Revista del INSTITUTO PARAGUAYO, 1898 - Año I - Nº 6.

** Pereira, C., "Francisco Solano López y la Guerra del Paraguay", cit. p/Ramos, Alfredo, en "Revolución y contra revolución en la Argentina", pág. 169.