Un Hombre Camina Solo
“El hombre que camina sólo, responde al ideal del jefe de Estado situado por encima del régimen de partidos” explicó Vincent Martigny en relación a la solitaria caminata que realizó Emanuel Macron antes de jurar como Presidente de Francia. El especialista en símbolos republicanos y profesor de la Escuela Politécnica de París señaló igualmente que el juramento se realizó en un lugar preñado de símbolos: la pirámide del Louvre “situada geográficamente entre el París de izquierdas y el de derechas”; junto a un palacio, hoy Museo, que encarna “la cultura y los valores de la Ilustración” pero que también fue residencia de los reyes de Francia y “cuna del Estado moderno y centralizado nacido bajo Luis XIV”.
Desentendidos o ignorantes sobre el valor de los símbolos—o ante el evidente "síndrome de inestabilidad temperamental” que aqueja a nuestros mandatarios electos—los paraguayos fuimos testigos del caprichoso protocolo que acomodó a los inquilinos en el Palacio de Francisco Solano López en las últimas décadas. A saber:
Juan Carlos Wasmosy entregó el poder al Presidente del Congreso, porque el mandatario electo Raúl Cubas Grau no quiso recibir el bastón ni la banda presidencial de su antecesor. El acto de Wasmosy se verificó en la sede Legislativa mientras Cubas hizo el suyo en el Banco Central. En este caso, los símbolos estuvieron acordes con la importancia financiera que revisten nuestros comicios y los negocios del mando. “Renunciado” Cubas poco tiempo después, el sucesor Luís González Macchi entregó los atributos presidenciales en el Congreso Nacional, debido a que “personalmente distanciado” del flamante electo Nicanor Duarte Frutos, ambos acordaron no verse las caras en tan solemne momento.
Frutos también entregaría la investidura sólo al Titular del Congreso aunque por distintos motivos que los anteriores. Entre uno de ellos, estaría la “pichadura” de habérsele sindicado como el “mariscal de la derrota” tras los comicios en los que el Partido Colorado perdiera su hegemonía después de 60 y tantos años de gobierno. El receptor de la investidura fue en esta ocasión, el ex obispo Fernando Lugo Méndez, líder de una coalición de centro, izquierda y derecha. Pero pretendiendo demostrar, tal vez, la afinidad indumentaria con sus colegas del bloque bolivariano, Lugo decidió inventarse un traje para la ocasión y se presentó a recibir los atributos del mando con pantalón gris y sandalias franciscanas, sin medias; camisa blanca de aho po’i con cuello Mao, y sin saco ni corbata. ¿Era el traje típico paraguayo? No. El modelo de referencia fue aparentemente, el Mcal. López, pero éste usaba una casaca de hilo crudo—no blanco—sin cuello (Mao no había nacido todavía). Finalmente y para acompañar el exotismo y a Lugo en el juramento de rigor, el Presidente del Congreso usó un lenguaje muy parecido al castellano.
Ahora, de vuelta a la solitaria caminata de Macron y aunque siempre se menciona la soledad del poder, a nuestros presidentes nunca se los ha visto solos, desde Stroessner en adelante, y jamás sin guardaespaldas. Sabemos que los agentes de seguridad super valoran la importancia de su misión, pero aún suponiendo el peligro de un atentado, cabe preguntarse: ¿es la masiva presencia de guardias una garantía de seguridad ante un coche bomba? ¿O para evitar un misil dirigido a distancia? ¿O para cubrir al Presidente del disparo de un experto francotirador? La realidad y Hollywood dicen que no, ni siquiera para salvarlo del efusivo abrazo de un “kamikaze” que para tan importante encuentro, de seguro llevará explosivos de gran poder entre sus ropas. Convengamos que en estos casos, cualquiera puede ser tan vulnerable como alguno de nosotros, aunque estuviera rodeado de guardaespaldas.
Pero imaginemos que se habla de la soledad del poder cuando debe enfrentarse la inmensidad de los problemas del Estado, sin mas armas que la experiencia, conocimientos y virtudes que—dicen—deben adornar a un Presidente. Los reyes solían contar con “estimulación temprana” y alguna idea de la tarea cuando les llegara el hereditario turno de gobernar. Si el formato republicano optó por autoridades electas para un ejercicio temporal del mando, la democracia inventó la especie “asesor” que debería ayudar a aquellas a tomar las decisiones correctas.
Al parecer, los últimos ocupantes del Palacio de López, optaron por tener “caballeros de compañía” antes que verdaderos asesores de gobierno, si nos atenemos a la escasa estatura intelectual de algunos de ellos, por lo que es preferible que el Jefe de Estado “camine solo” y asuma la responsabilidad de sus actos—para eso está. Al final, terminamos pagando por decisiones que ellos toman para favorecer a amigos, parientes, correligionarios o compañeros de escuela que les abruman con su constante presencia.
Aunque se entiende…. Como alguien escribiera: deben ser muy pocos los presidentes que puedan disfrutar de una buena compañía, consigo mismos.