De "¡Salgan todos!" a "Quédate en Casa"

En nuestro país se han registrado, hasta la fecha, 10 fallecimientos debido al coronavirus y se sabe de 563 casos activos, aunque no todos cumplen las indicaciones de “quedarse en casa” ni se someten al aislamiento y al uso de mascarillas y guantes cuando salen a la calle. Lo notable es que cuando suceden estos hechos, los consideremos todavía una novedad. Porque si los paraguayos ignoramos los detalles de la misma historia nacional, tampoco recordamos desde luego nada del pasado parecido a lo actual.

Sin embargo, hemos tenido epidemias, guerras y revoluciones, incendios y accidentes que ocasionaron la muerte de miles de compatriotas, en distintas épocas. Si les prestáramos alguna atención, seguramente que los males de hoy serían enfrentados con mayor solvencia en vez de esperar simplemente que el virus desparezca.

500.000 muertos

En los últimos 125 años (contados desde el inicio de la Guerra Grande hasta el derrocamiento de Stroessner, tuvimos dos guerras internacionales que nos dejaron cerca de 450.000 muertos y otros más de 30.000 aportados por nuestras “revoluciones”: golpes de estado, asonadas o cuartelazos, desde la sanción de la Constitución de 1870 hasta que accedimos a la democracia. Las epidemias nos castigaron además con otra cifra imprecisa de fallecidos (aunque se estiman en millares), provocadas por el cólera, la fiebre amarilla, la peste bubónica, el tifus, gripes de distintas procedencias, el VIH hasta masomenos ayer, ocasionando entre todas un número de víctimas que podrían estar cerca de los 50.000 muertos.

Ni hablemos de otras pestes, traducidas en malos gobiernos y sus desastrosas consecuencias—exilios, muertos y desaparecidos, miseria, sangre y luto—, hechos registrados en el mismo tiempo mencionado y suponiendo que ahora, ya todo está en orden y en paz.

El Paraguay condenado al “silencio perpetuo”

No tendríamos que remontarnos hasta los inicios para saber de nuestras muchas desgracias. Podríamos empezar con lo sucedido hacia finales de Marzo de 1735, cuando Don Bruno Mauricio de Zavala, gobernador de Buenos Aires, ingresaba triunfante a Asunción tras la batalla de Tavapy en la que desarticuló la revolución Comunera. Fue entonces que decidió “pacificar la provincia” persiguiendo a todos los que habían formado parte de la rebelión, con una represión tenaz y cruel que incluyó ejecuciones sumarias, docenas de desterrados y exilios perpetuos para los líderes más activos del levantamiento, hacia lejanas tierras del sur de Chile. Mientras, los sindicados de haber matado a autoridades del gobierno durante los 15 años de revueltas, fueron colgados y descuartizados y sus partes arrojadas en distintos y alejados puntos del territorio.

Finalmente, Zabala condenó a la población del Paraguay al “… perpetuo silencio de lo acaecido” y mandaba que “…ninguna persona, de cualquier sexo o edad, de hoy en adelante, sea osado hablar o tratar sobre las cosas que han pasado en esta Provincia”.

Con el Dictador Francia: aislamiento sin Coronavirus

Durante gran parte de la dictadura del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, el Paraguay vivió bloqueado por dentro y por fuera. Nadie podía salir ni entrar al país. Aunque a lo largo de su gobierno no hubo mendigos, el pueblo no conoció el hambre y la vagancia era castigada con azotes y cárcel. A pesar de la crueldad adjudicada al Supremo por sus enemigos, se sabe que los peores momentos de la represión durante su largo gobierno, alcanzó a 68 fusilados cuando se descubrió un complot contra su vida.

Bloqueo a partir de 1865

Antes de firmarse el Tratado Secreto para la Triple Alianza, el Paraguay fue completamente bloqueado. Desde febrero de 1865, ninguna de las mercaderías, armas o uniformes adquiridos por el Estado paraguayo en Europa, pudieron ya cruzar las barreras aduaneras y militares del Plata. Aún con esta dificultad y ante la necesidad de paliar la aguda escasez de todo durante toda la contienda, el gobierno, sus técnicos, militares y la disciplinada colaboración del pueblo, se esmeraron para que nada faltara. La pólvora llegó a extraerse del salitre “… de la sal de la orina del personal de la tropa que orinaba en grandes tachos que permanecían al sol para que evaporara el líquido”.

Las municiones para los cañones y fusiles eran fabricados con los restos de herramientas, ollas y armas destruidas. Nuevos elementos de guerra fueron fabricados a partir de vapores ya inservibles convertidos en metal fundido, y hasta las campanas de las iglesias sirvieron para la construcción de los únicos cañones de ánima rayada que tuvo el Paraguay. Se construyeron puentes portátiles y nuevos aparatos telegráficos. Saturio Ríos inventó uno “…sencillísimo, mediante el cual podían recibirse los despachos a oído, sin emplear la cinta de papel”. Cuando fueron hundidas las cadenas que cerraban el río a la altura de Humaitá, se construyeron otras de madera, pues estas flotaban a diferencia de las de hierro que necesitaban canoas o boyas para sostenerse.

En agosto de 1867 y en medio de absolutas carencias, la población iniciaba la producción masiva de la milenaria industria nativa basada en fibras del cocotero y del caraguatá’. Se experimentaban con nuevos tintes para los tejidos y por la escasez de papel, los documentos fueron reducidos de tamaño y los oficiales recibieron órdenes de llenarlos “con letra menuda” para mayor rendimiento del material. La tinta—también agotada—se obtenía de las cenizas ”de una haba negra abundante en el Chaco, de rápido secado”.

Con el Paraguay “preso en casa” y aislado del mundo, la tecnología de la crisis aplicada por mentes esclarecidas y patriotas atenuó las carencias.

“¡Salgan todos! ¡Que nadie se quede!”

El 21 de febrero de 1868, los asuncenos afrontaban una situación completamente opuesta a la de los días que corren. En vez del “quédate en casa”, la orden terminante difundida en el medio día de aquella fecha, era que todos abandonasen Asunción cargando lo que pudieran. La disposición debía ser cumplida en forma perentoria pues si alguien fuera encontrado en el recinto urbano después de cumplido el plazo para el desalojo, debía ser fusilado en el acto.

La ciudad quedó completamente vacía en 48 horas. Cerca de 30.000 personas, la mayoría de ellas, mujeres, ancianos y niños con los bártulos que podían cargar, se trasladaron hasta Luque, la nueva capital. La guerra alcanzaba finalmente a toda la población mientras la contienda se desarrollaba en los esteros del Ñe’embucu, a unos 360 kilómetros al sur de Asunción.

Guerra del Chaco

Para el enfrentamiento con Bolivia (1932-1935), nuestro país estuvo mejor preparado pero nada de lo que tuviera, pudo superar al intenso amor a la patria que impulsó a toda la población a cooperar con la causa nacional. Los jóvenes a acudían masivamente a los centros de reclutamiento y en todas las escuelas de la República, las huertas escolares colaboraban en la provisión de alimentos para los combatientes. Las batallas se libraron en el Chaco pero todo el pueblo vibró en la retaguardia, las penurias de sus soldados en el frente.

Antes y ahora

No es posible saber si ante todas las dificultades del pasado, nos habíamos impuesto el propósito de que “todo va a cambiar”, como parece ser la intención que ahora se manifiesta. Si lo hicimos, no nos empeñamos demasiado o fracasamos rotundamente en el intento. Podríamos deducir por lo tanto, que nada podría cambiar si no apelamos a la memoria de lo ya experimentado.

A pesar de los valores francamente alentadores que nos regala la pandemia, a pesar del peligro aún latente y del esfuerzo que supone para todos—gobierno y población—aceptar y cumplir las medidas impuestas, la gente celebra bodas, festeja cumpleaños o sale simplemente a pasear. Se trata de personas instruidas, con comodidades y recursos superiores a los que gente que tiene por casa nada más que un “mono ambiente” de hule y cartón para sobrellevar el aislamiento. Los primeros ni siquiera asumen la responsabilidad de dar el ejemplo.

Tal vez ignoran todavía que el Coronavirus tiene un raro mecanismo de selección: ataca a los imprudentes, a los que no dimensionan la peligrosidad de sus efectos, y que a travez de éstos y la falta de cuidados puede distribuirse a toda la sociedad con las consecuencias letales que tememos.

¿Combatir el virus de la corrupción?

También se ha denunciado las acometidas de la vieja clase ventajista que acecha el costado más vulnerable del estado: la impunidad—un virus hasta hoy no combatido como se debiera y sin vacunas para erradicarlo. En todo caso y para no colmar la irritación de la gente, ninguna autoridad debe declamar lo que no hace. Si estamos en aislamiento y cuarentena (y además “inteligente”), si cualquiera viola las indicaciones y se sospecha que mete la mano en la lata, pues debe ser suspendido, detenido, investigado y castigado ejemplarmente, en ese orden.

Cuando el Sr. Presidente y sus ministros dicen que si no hay pruebas, respaldan a sus funcionarios, es que todo seguirá igual. Nadie ignora, ni debiera ignorar, que cuando a alguna persona se le adjudica un beneficio indebido, el que comparte con ella el ilícito, no le va a pedir factura legal.