Una Marca País Que Nos Lastima

Sábado, siesta calurosa, tres mujeres nativas en el portón de mi casa, dos de ellas con criaturas pequeñas en los brazos, las que no pasarían del mes y días de nacidas. Un grupo de chicos de dos a cinco años brincaban alrededor. Pedían comida, ropas para los bebés o lo que tuviéramos para que pudieran regresar a la plaza, donde acampan desde hace unas semanas. Las tres mujeres juntas no llegarían a sumar 100 kilogramos de peso, dada la persistente miseria que soportan probablemente desde antes de nacidas. Originarios de Ka’aguasu, pertenecen a la parcialidad Mby’a Guarani. Verlas en tal estado de precariedad y abandono, lastimaría el corazón de cualquier ser humano y debería lastimar, desde luego, nuestras conciencias.

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Se supone que los funcionarios del Estado o autoridades de cualquiera de los poderes la tienen (conciencia). Y que reciben salarios acordes para encarar—y solucionar ¡claro!—si no todos, la mayoría de nuestros problemas. Pero por lo que se ve, las necesidades y penurias de la población originaria, se encuentran en lo más bajo de la escala presupuestaria.

Y es así, porque los “servidores públicos” mencionados y la aristocracia política/partidaria del país, siguen sin ponerse a la altura de la deuda que tenemos con nuestros padres y hermanos indígenas, habiéndose omitido hasta la fecha de instrumentar lo necesario para evitarles esta cotidiana humillación; para restituirles al menos parte de lo que les corresponde en la gestación de nuestra entidad NACIONAL. Para compensarles en alguna pequeña medida, los menoscabos y sufrimientos de siglos.

Porque a estas alturas del camino, NADIE, NINGÚN PARAGUAYO, debería ignorar que de ellos heredamos el nombre de la Patria, de ellos es la lengua que hablamos y los conocimientos de la herborística medicinal que suple, en la mayoría de los casos, la escasa cobertura médica oficial a la que pueden acceder muchos de nuestros compatriotas.

Mientras que algunos pedagogos de boquilla siguen difundiendo que “el uso del guaraní perjudica el aprendizaje en castellano” en contra de toda la práctica universal en favor de las sociedades bilingües y hasta políglotas para mejorar el funcionamiento del cerebro. O, como afirmaron algunos maestros sindicalizados, que “hablar guaraní no ayuda a conseguir trabajo” porque ellos simplemente no estarían capacitados para enseñar lo que debiéramos traer de la cuna; seguimos cómodos y distendidos en la “ruta del progreso”: depredando bosques, arruinando cursos de agua, demoliendo bastiones de nuestra cultura, ignorando nuestros saberes más antiguos, la gastronomía tradicional, nuestras propias tecnologías y capacidades, además de ir borrando—tenaz y metódicamente—los pocos vestigios de los sitios históricos todavía visibles en la geografía nacional.

Esta conducta no es casual. Mientras se nutren las embajadas y consulados del Paraguay con la parentela política, en diciembre pasado nuestro gobierno cerró su oficina ante la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con sede en París. Gobiernos con severos traumas sociales y económicos como los de Venezuela y Yemen del Sur, no lo hicieron. El Paraguay que busca una “MARCA PAÍS”, lo hizo … y ahora ya tenemos otra (además de la que fue dibujada en un papel). Una nítida, imborrable y sin concurso: el único país de América que le dice al mundo que le importa un rábano de la “aipo curtura”.

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Después de despedir a mis visitantes de la siesta sabatina, retorné a mi lugar de trabajo y volví a revisar los resultados del análisis de mis genes, llegados desde USA un par de meses atrás: el mayor porcentaje de mi sangre es indígena, con un 35,1 %. Siendo mis abuelos paternos italianos y que mi abuelo materno tenía un apellido de origen portugués/español, recién el apellido de mi abuela materna, el segundo de mi madre y cuarto mío, es González. El que sin embargo, terminó aportando el más poderoso componente racial de mi linaje. Hecho que podría significar paralelamente, que apellidos de más frecuente aparición en nuestros orígenes históricos, pueden contar con porcentajes de sangre nativa aún mayores. Es decir, que seríamos más indígenas de lo que creemos.

De cualquier manera, la presencia de nuestros hermanos en la plaza, es todo un símbolo: porque ALLÍ ESTABAN, cuando llegaron los extranjeros y desde el primer cañonazo que lanzó Juan de Ayolas hacia la floresta, empezaron a ser expulsados del solar que siempre los había albergado. Para muchos hubiera sido cómodo que ahora se hubiesen quedado en Ka’aguasu. Ignorar los hechos fue siempre útil a la clase política. Y aunque algunos de sus componentes se hayan habituado a la ignorancia, es UNA VERDADERA NECEDAD continuar negando lo que somos y no asumir las responsabilidades que tenemos.

Además de la tremenda injusticia que sufren los que son, sin ninguna duda, “Los más antiguos de los nuestros”.