Persistencias Totalitarias en Tiempos Democráticos
“A veces, uno encuentra su destino en el camino que tomó para evitarlo” (Del film “Agente Internacional” con Naomi Watts y Clive Owen)
Pasaron tres décadas del final de la dictadura de Alfredo Stroessner y ciertos vocablos de uso corriente en aquel tiempo beligerante y hostil, siguen resonando en nuestros oídos. Nos lo recuerda por ejemplo, alguna calcomanía que proclama “Soy colorado, ¿y qué?” con la que muchos se ufanan de la filiación totalitaria de antaño y la intención de manifestar con desparpajo y mal entendida franqueza, el desdén hacia cualquiera de pensamiento diferente. Son resabios de lo que creíamos era ya parte del pasado pero que asoma hoy sin pudor alguno, alentado por las debilidades del remedo democrático que sufrimos, desde que el “único líder” dejó de estar entre nosotros.
Otra palabra de frecuente evocación es la “unidad” que en aquellos tiempos se reiteraba hasta el hartazgo en la frase: “unidad granítica del coloradismo en el poder”, promoviéndose una adhesión colectiva, indiscutible, como de secta fundamentalista y del catálogo instrumental de todos los regímenes despóticos del pasado y algunos del presente. Con el mismo objetivo, se crearon la “generación de la paz”, los “macheteros de Santaní”, “la caballería republicana” entre otros, buscando inhibir la voluntad del que se atreviera a confrontarlos, mientras que la conjunción de “Gobierno, Pueblo y Fuerzas Armadas” se exhibía sin resquicios de debilidad en cuanta oportunidad se presentara.
Si estas expresiones se manifiestan todavía—aunque sin la persistencia y fiereza de otros tiempos—es que simplemente la democracia encargada de borrar las huellas del autoritarismo fracasó estrepitosamente. La dirigencia encaramada al poder a partir de 1989, olvidadiza de pasado y eufórica de porvenir, no atinó a dimensionar las profundas sociales y “des-educativas” que prohijó el anterior regimen. Si éste se consolidó en 35 años, llevaría el mismo tiempo (y aún más) para que pudiéramos desprendernos de sus lastres, siempre y cuando nos aplicáramos escrupulosamente, a no parecernos a él en absolutamente nada.
En cuando a la “Unidad”, no me preocupa el vocablo en sí mismo sino como lo entienden algunos, esos que quieren ignorar una de las características fundamentales de la convivencia democrática: la diversidad. Porque de hecho, somos una Unidad: la que nos confiere el ser paraguayos, cuyo pasado común—de acuerdo a la definición de John Stuart Mill—se basa en, “La identidad de antecedentes políticos, la posesión de una historia nacional y la consiguiente comunidad de recuerdos”.
Si nadie puede obligarnos a concordar en todo, tampoco la discrepancia nos convierte en enemigos, ya sea en defensa de colores deportivos o partidarios. Podemos abrazar con pasión cualquier causa pero no podemos ignorar a un compatriota y sus razones, y menos, si tiene razón. La unidad no significa ausencia de conflictos, ni que si los hubiese, tuviéramos que dirimirlos a golpes o balazos. El 26 de enero pasado, El País de Madrid publicó un artículo de Fernando Savater referido a los que niegan a otros, no sólo la posibilidad de una diferencia, sino el derecho a la propia existencia: “No es una de las dos Españas la que hiela nuestro corazón, sino la atroz semejanza entre quienes creen que hay dos”.
La historia es un camino para conocernos, y aunque no sepamos todo lo que esconden sus detalles, un conocimiento trae otro y distintas personas con diferentes medios, momentos y perspectivas, irán precisando los hechos en el intento de “armar” la verdad sobre nosotros, en medio de la maraña de falsedades que dificulta reconocerla.
Pero a pesar de eso—y asumiendo que la única “Unidad” posible es el saber de nuestra propia historia—debemos intentar la construcción de ese estado mental que nos permita avanzar hacia algo mejor de lo que somos y no negarnos a conocer la historia que nos retrata porque ella nos incomode, porque nos duela y prefiramos discutir sobre hechos nimios para evitarnos llegar donde esté alojado el “quiste maligno” de la verdad.
Sólo puede haber “Unidad” cuando todos sabemos quiénes somos y no se puede llegar a algo distinto o mejor, si no lo hacemos. Sólo podemos anhelar lo que queremos ser cuando a partir del común origen—y conscientes del largo derrotero de dolor, frustraciones y fracasos que llevamos sobre nuestros hombros—nos encontremos más tarde, en cualquiera de los caminos que nos lleven hacia un destino diferente al de ese pasado funesto que no pudimos evitar … y nos lastimó durante más de 30 años.