¿Fuego o Luz?

Artículo publicado en ABC Color el 14 de enero de 2017.

Peripecias de quienes asesoramos o buscamos asesorar a quienes, además de sentido de la responsabilidad, de la decencia y patriotismo, debieran contar con mínimos conocimientos sobre la cultura y la historia, por lo que al final deciden seguir las indicaciones de algún obsecuente, tan ignorante como él, para seguir la cadena de lo inconveniente o incorrecto.  

Un par de años atrás y en procura de ver reparado el “democrático” error en el que incurrieron los gobiernos pos dictatoriales, hice notar al Intendente Municipal de Asunción de entonces que desde el Golpe, el Panteón Nacional de los Héroes había quedado sin su llama votiva. Después de escuchar el consabido ¿Mba’e pio péa?” como respuesta, expliqué al Lord Mayor que desde la antigüedad, los seres humanos fuimos impactados por el fuego, tanto así, que los griegos de aquellos tiempos lo usaron para honrar a sus ancestros con una fogata que ardía en los hogares desde el amanecer. Hasta hoy persiste la costumbre de prender velas a los muertos…

Cuando empezaba a notar una mueca de impaciencia en mi empinado interlocutor, rematé: “Es que el gas que alimentaba la llama del Panteón lo donaba un amigo de Stroessner y ahora hay que comprarla. Y nadie lo hace.”

Así de triste es la verdad. La llama votiva instalada cuando el Sesquicentenario de la Independencia Nacional en el año 1961, se apagó en 1989. Nuestros amados próceres quedaron sin gas y sin el ardiente símbolo con el que pretendíamos purificar su sacrificio.

Unos días después de aquel fructífero diálogo sin embargo, la alta autoridad comunal me anunció triunfalmente: “¡Ya tenemos otra vez la llama votiva!”

“¿Compraron el gas?” atiné a preguntar.

“¡Nooo!” me contestó. “Le hicimos una extensión eléctrica a la lámpara y ahora sólo tenemos que encender un foquito nomás.”

Fue inútil argumentar que el valor del símbolo lo aporta el fuego, no la electricidad, que el homenaje se concreta con la llama y no con la resistencia de un filamento o apretando una perilla. Ignoro si transcurridos algunos años, “el foquito votivo“ sigue encendido en el Panteón o si se quemó y no lo cambiaron, pues nunca puede escudriñarse del todo, en los extraños vericuetos de la burocracia y sus productos.

El incidente me recordó una visita realizada a la Embajada de la República del Paraguay en una ciudad europea. Fue en un 14 de Mayo y el embajador era un encumbrado intelectual paraguayo, considerado un paladín de la lucha contra la tiranía. Caminando casualmente frente a la sede diplomática, la vi cerrada. Pregunté al agregado cultural que me acompañaba, si no realizaban ninguna recordación a la Independencia Nacional. Me brindó la excusa preferida de todos los burócratas: “No recibimos los rubros de la Cancillería.”

“Y… ¿para reunir a los funcionarios, izar la bandera y cantar el himno nacional, necesitaban rubros?”, pregunté.

“Esos son tus criterios”, dijo el diplomático, molesto y tajante. Y cerró la ventanilla de la comunicación.

En el 2011, también nos emborrachamos de “Vy’a Guasu” pero tras la resaca, nos restregamos los ojos y enormes recursos se había disipado sin que tengamos siquiera un sólo sitio histórico recuperado. Los 84 miembros de la Comisión creada por Ley de la Nación no se preocuparon mucho del tema. Ahora, estamos conmemorando el Sesquicentenario de la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, y aunque ya no tenemos 84 miembros para la ocasión, tampoco hay Vy’a Guasu, ni recursos para hacer nada.

Pero al replantearme la idea de izar la bandera y cantar el himno en cada ocasión que nos recuerden las efemérides históricas, me doy cuenta que justamente, se canta el himno y se ama la bandera, cuando sabemos lo que significan y asumimos las poderosas razones por la que somos paraguayos; y cuando la gente tiene sitios donde abrevar de la historia y conoce los bellos ejemplos de coraje y dignidad que nos dejaron nuestros mayores. Como nuestro comportamiento es consecuencia de lo mucho que ignoramos de todo eso, hoy tenemos a muchos jóvenes que creen que el Mcal. López es el nombre de un shopping y la bandera nacional es la del Olimpia o Cerro Porteño.

Si seguimos por el camino en el que nos vamos desencontrando, dentro de poco algunos creerán que a los paraguayos nos hicieron en un laboratorio, o que vinimos desde una lejana galaxia, o nacimos de una aplicación proveniente del ancho mundo digital, o peor, que de hecho ni nacimos ni somos nada y en consecuencia, tampoco sabemos lo que queremos ni adonde vamos.

De esto resulta que los más “ubicados” de este extraño paisaje social que conformamos hoy, son nuestros Representantes del Congreso Nacional, porque son los que más saben de lo que no queremos y de los misterios de lo que nos aguarda en alguna parte.