Refugios Modelos

El anuncio de que se construirán refugios modelos con servicios básicos y comida, es la prueba más elocuente de la absoluta incapacidad del Gobierno Municipal para encarar el problema del desplazamiento de nuestros conciudadanos que han instalados sus viviendas cerca de las costas. Para comenzar, debemos convenir que la mal llamada “emergencia” que hoy (y casi todos los años) padecemos, no es tal porque la gente vive en los márgenes de Asunción desde las primeras décadas del siglo XX—no es que entraron subrepticiamente durante la semana pasada, provocando una “emergencia”, sin que nadie se percatara del hecho. Definitivamente no, por lo que no puede hablarse de emergencia, sino de un mal—o mejor: vicio—endémico.

La posible iniciativa de los refugios es una dura afrenta al sentido común. Pudo haber sido admisible cuando la situación no tuviera como tiene hoy, semejante magnitud. Hubiera sido entendible hace unos 50 años, antes de que se implementaran decenas de procesos de evacuación desde la costa, con el retorno posterior correspondiente, procedimientos para los que se han invertido a lo largo de las últimas tres décadas, tanto dinero que la suma pudo haber servido para planes de re-localización definitivos y programas habitacionales de calidad para los afectados. 

Pero desde que “somos democráticos”, nadie ya ha podido pensar con prescindencia de los calendarios electorales y muchos menos, aplicarse a incursionar más allá de la débil luz que arrojan las mentes de funcionarios y asesores. 

Si se aplicara la misma genialidad que al mentado refugio, tiemblo al pensar que semejante pienso se aplique a solucionar problemas que nos afectan a todos, como serían, entre otros, los del aseo urbano, la recolección y tratamiento de la basura, el problema ambiental y el desborde de la polución sonora y visual, además del calamitoso estado del verde público. Ahora sabemos que el inestable y anárquico Plan Regulador de Asunción, proviene de las mismas luces y que semejante documento, junto a la falta de controles urbanos, somete a los vecinos a la incertidumbre o al martirio, según la Comuna vaya cediendo a la presión de los desarrolladores inmobiliarios, para cambiar las categorías de las zonas y construir edificios en altura. 

Y ni hablar del transporte público, porque fue notorio el ominoso silencio de la Comuna de Asunción durante todo el proceso del Metrobús y todavía más notorio es que no emita sonido en cuanto al alocado Tren Ligero en ciernes. O el de la Franja Costera, antiguo proyecto Municipal que el MOPC tajea en partes, para prestar atención sólo al componente vial con el que brinda solaz y regocijo a las empresas vialeras, asiduos y puntuales contribuyentes de las campañas electorales de los partidos políticos.

Lo curioso es que el anuncio del refugio se produce precisamente después que el Intendente haya firmado un acuerdo con el Arzobispo de Asunción y el Presidente de la República “para hacer frente al problema de la inundación”. 

¿Es ésta la solución que surge de tan iluminadas mentes y de tan altas instituciones? ¿Son éstas las soluciones “millennials” que nos regalan los nuevos tiempos—la de esconder la pobreza en refugios cuando el río aumenta de nivel? 

¿O es el motivo de las cuantiosas indemnizaciones que el Gobierno dispendia, cuando se desarrolla una obra pública cerca de la costa? 

¿Cuándo se tomarán en serio los verdaderos problemas sociales que nos acosan?

¿Cuándo se encararán los problemas del paro laboral o el de la vivienda, con planes serios y posibles, con tecnologías y volúmenes acordes a los tiempos que corren y a las necesidades que crecen? 

¿Cuándo terminará la desvergüenza de los gobernantes para humillar a la gente que no tiene otra alternativa que exhibir sus carencias, en plazas y lugares públicos? 

¿Cuándo empezaremos a al menos considerar soluciones definitivas a problemas que ya parecen eternos?

¿Cuándo dejarán de pensar nuestros gobernantes que somos todos infradotados? 

La brillante solución propuesta en esta ocasión va a empezar a tambalear desde luego apenas tengan que resolverse otros asuntos como el lugar de emplazamiento del Refugio Modelo; la tecnología de construcción (en Paraguay todavía queremos solucionar el déficit de viviendas con procedimientos semejantes al antiguo Egipto), o el nivel de comodidades que tendrán las instalaciones. 

Tendremos que esperar a ver quiénes son los felices afortunados que ocuparán los refugios, porque siempre habrá más que los 4.000 o 5.000 iniciales. (Los censos en Paraguay, como las encuestas, han demostrado ser permanentemente “móviles”.) 

Y tendremos que esperar la lucha feroz cuando se distribuyan los cupos de provisión—de los auxilios, de los medicamentos, de la comida—para estos nuevos clientes de la casta partidaria.

Y una pregunta fundamental: ¿se han considerado los inconvenientes de la aglomeración de 5.000 personas (más que la población de muchos pueblos del interior) de distinta procedencia, con grandes necesidades y carencias generalizadas, con niños que tendrán que seguir su régimen escolar en sus barrios originales, conviviendo todos con la tensión propia de la marginalidad y característica de condicionados a los caprichos de la naturaleza o “de la generosidad” de los gobernantes de turno?